El comienzo de un nuevo año es siempre una posibilidad de saldar asignaturas que siguen pendientes por diferentes motivos. Es una ocasión para corregir errores, para cambiar de rumbo si fuese necesario. Hay sectores que pocas veces o nunca suelen ocupar un lugar destacado en las políticas de nuestros gobernantes, como sucede con los hacedores de cultura.
Una buena parte de los tucumanos no conoce a sus artistas e intelectuales más destacados. La obra de los escritores de mayor valía no ha sido reeditada o permanece oculta u olvidada. Por ejemplo, la mayor parte de la producción del periodista y poeta José Augusto Moreno (1934/1996) se halla inédita. Obtuvo varios galardones por sus trabajos literarios y periodísticos. Compuso bellas piezas del cancionero popular con Rolando Valladares y Luis Gentilini, entre otros. Algo similar sucede con Luis Alberto Díaz (1924-79), nacido en San Pablo, pero afincado en Bella Vista, cuyo único libro editado -luego de su muerte- es “Madre cooperativa”, dedicado a los hacedores de la cooperativa Campo de Herrera. Su producción poética fue fecunda, así como la folclórica; compuso con Valladares, Abel Mónico Saravia, Fernando Portal, Gentilini, Eduardo Cerúsico y José Miranda Villagra, entre otros.
Otra figura destacada fue Julio Ardiles Gray, periodista y escritor, cuyas obras completas podría editar la Universidad Nacional de Tucumán o la Provincia, que también cuenta con una editorial. Algo parecido podría encararse con la producción del poeta Juan E. González fallecido el 29 de diciembre pasado. Se podría abordar la publicación de antologías que reunieran a la mayor cantidad de nuestros escritores más representativos a lo largo de dos centenas de historia. La UNT podría reeditar los Cancioneros, de Juan Alfonso Carrizo, así como el libro Tucumán, de la prestigiosa musicóloga Isabel Aretz, publicado por esa casa de estudios, a fines de 1946. Ambas obras constituyen valiosos documentos sobre la cultura popular y la identidad de los tucumanos.
Pero no menos cierto es que estas reediciones y antologías de poco servirían si no se las difundiera ni se las enseñara. En todos los ciclos de enseñanza, debería existir un asignatura que ocupara de enseñar los distintos aspectos de Tucumán, incluyendo la cultura.
Durante las dos primeras gestiones a partir del retorno de la democracia, la Municipalidad de San Miguel de Tucumán tuvo un activo papel, tanto en materia de publicaciones, como en la organización de salones de artes plásticas. En ese período, se creó la Comedia Municipal que llevó el teatro a los barrios. El municipio está a tiempo de saldar una deuda con los hacedores culturales. En septiembre de 2010, el Concejo Deliberante capitalino sancionó por unanimidad la ordenanza que creaba la “Distinción y reconocimiento a la trayectoria artística”, con carácter de premio vitalicio. En sus fundamentos, se mencionaba que la norma se apoyaba en antecedentes de leyes similares en El Chaco, Córdoba, La Rioja, Jujuy y Salta. Podían acceder al premio los artistas mayores de 60 años. En todos los casos se debía acreditar una importante trayectoria. La ordenanza fue promulgada y lleva el número 4.300, pero nunca se reglamentó.
Tal vez esta mora u olvido se deba justamente al desconocimiento que tienen nuestros dirigentes de aquellos que alimentan la cultura provincial día a día. Seguramente, no se han percatado que estos -y no los políticos- son justamente los que han prestigiado -y lo siguen haciendo- a Tucumán en el ámbito nacional e internacional.